El popular borrachito al que le colocaron el epíteto de «Marañon» que a medianoche por todos lados iba en busca de su casa, una medianoche en dirección a su casa, y al ver pasar una rubia despampanante la sigue sin percatarse de que la tipa lo conduce al cementerio (el de San Carlos) , pero no le para a eso y la acuesta sobre una tumba. Cuando la rubia lo tiene encima, le muestra sus colmillos y le dice: -¿Tú sabes quién soy yo?… ¡La Llorona! ¿y sabes por qué te me salvaste?… porque cargas un escapulario de la Virgen del Carmen.
-¿Y tú sabes quién soy yo?…
¡Marañon!… ¿Y sabes por qué te me salvaste?… ¡porque no traje ni un preservativo!

Un jorobado y un patuleco van pasando por el cementerio. El primero dice:
-Voy a pasar a ver si es verdad que los muertos salen.
-No entres ahí porque sale un ladrón que asalta al que entra.
-Yo no tengo nada que me quite, así que allá voy.
El patuleco se queda afuera pero, dicho y hecho:
-Arriba las manos… dame lo que cargues encima…
-¡Yo no tengo nada! ¡Soy un pobre limpio!
-¿Y eso que tienes en la espalda?…
-Esa es una joroba…
-Entonces dámela acá…
El tipo sale derechito y el patuleco se asombra y decide ir a ver si lo acomoda:
-¡Manos arriba!… ¡Dame lo que cargues encima!
-¡Yo soy un pobre limpio! ¡No tengo nada!
-¡Entonces toma esta joroba!
Las historias son como los chismes: andan de boca en boca y cada quien le pone lo suyo. Hasta el sobrino del General Gómez (Toco Gómez) hizo una película que lleva por título: “Los muertos sí salen” pero hay muchos que no se cobran. Estos cuentos son un patrimonio nacional que, de niños los creímos y ahora, adultos, pensamos que se nos olvidaron. Sin embargo, cuando nos toca dormir solos en una de esas casonas pueblerinas, añoramos el calor de madre para salir a refugiarnos en sus brazos y otra vez vuelve Alberto Arvelo, el más grande poeta de la llanura, a rondar nuestra imaginación:
“Mi madre bordó en cariño su rosaleda fragante.
¡Qué perfume el de tus rosas! Rosaleda de mi madre”.
Redacción La Piragua
Adaptación en Depósito










