A Da. Carmen Cristina Pérez Barboza y las Familias Barboza, Rojas, Romero Bermúdez, Pulido, Urdaneta, Atencio, Finol, Morán, Pérez, Bracho y todas las nobles familias marabinas y zulianas forjadoras de la ciudad de El Vigía y del Sur del Lago.
La gran piragua de madera “La Preciosa”, con blancas y triangulares velas, flota sobre las aguas del Lago de Maracaibo por el año 1895, al reflejo de texturas onduladas de aguas, escamas dulces saltarinas por el viento que viene anunciando tormenta. Tormenta que transfigura a lo lejos la boca del río Escalante, tormenta que acrecienta en tamaño y densidad las gotas que caen sobre la superficie del techo de la nave, apuntillando con fuerza los maderos que parecieran fraccionarse por el repentino ataque lacustre que exige mayor fortaleza al bambolearse en las direcciones que el agua quiere a cada embestida.
Si la noche era oscura, más densa se tiñó de negro cuando llegó el momento de una comparsa furtiva de vientos huracanados, truenos y destellos refulgentes del Relámpago del Catatumbo. La gran piragua salta sobre las onduladas y encrespadas aguas, que como nunca se había comportando y pareciera buscar fondo del lago quien reclama a la nave, capitán y tripulación, los cuales estaban cansados de transitar y marcar con el timón sus trazos imaginarios sobre la gran piel de marisma por el continuo ir y venir desde Maracaibo y La Cañada, hasta Santa Bárbara del Zulia.
La piragua cruje mientras avanza hacia la nada, mientras el Capitán Emiro Barboza, con valentía y arrojo, se aferra al timón sin perder el rumbo entre el tejido infinito de gotas de lluvia que arrecian y atacan sus ojos que apenas vislumbran horizonte bajo la luz intermitente del rayo. Emiro es hombre de genio fuerte, piragüero que no se amilana ante nada, sólo a su Chinita por quien se arrodilla, y al asma, quien lo doble que en ciertos momentos al intentar quitarle el aliento, como el gran bongo que se ahoga ahora de agua.
Emiro grita en medio de la turbulencia y gritos desencajados de su tripulación que al unísono hacen eco de ruegos: – ¡Santísima Virgen de la Chinita no nos abandone!
– ¡Chinita! ¡Chinita mía!
Se inclina la piragua y en su envestida, un marinero cae al agua embravecida y enturbia aún más la situación y los ecos desesperados:
– ¡Cayó Rafucho, rápido el salvavidas con cuerda! ¡Coño Julio moveeeteee y lanza esa vergaaaa…!
– Ya lo tienes arrástrenlo y súbanlo, apúrense… Replica con profunda fe Emiro nuevamente: – ¡Santísima Virgen de la Chinita no nos abandone!
Es plegaria escuchada en el cielo que se abre como el manto divino, pleno de brillo a la calma total en un escenario que expelía muerte absorbida por la fuerza sobrenatural del lago embravecido.
A la calma de la tormenta, los nervios acompasados de rezos y promesas por cumplir, mientras la piragua se explaya dilatando sus maderos cansados sobre las aguas por igual extenuadas de un lago
que se va uniendo al río Escalante en su boca que perfila un túnel de espeso follaje de la selva tropical, inhóspita y entretejida de lianas, palmeras, mangles que dejan dormitar caimanes y boas adosadas a los grandes troncos húmedos que se clavan a la tierra fértil de los humedales sur lacustre teñidos de zancudos acechantes que ofertan fiebre amarilla, los monos cantores de miedo a las fieras que rugen al indio añú como pacifico transeúnte rivereño, mientras las guacamayas y loros anuncian las guayacanes y cuatro narices que con sus mordeduras espantaban toda intención de conquista de territorios donde los demonios de la naturaleza impiden que tomen a la fuerza su virginidad, y que en su fondo de dureza, se abre una extensa y bella tierra que espera por amantes que la dobleguen a la luz del Relámpago del Catatumbo.
Espectáculo de hermoso e intrigante atractivo natural que con nuevo y esperanzador amanecer multicolor, es absorbido por la retina de Emiro que desde su maniobrar de timón, enrumba su piragua al marginal y desordenado puerto de Santa Bárbara. La piragua se coloca paralela a la “Santa Teresita” y la “Viena”, que con sus líneas de flotación en el
límite, anuncian que sus bodegas van llenas de sacos de café y cacao de Los Andes merideños y achirenses, plátanos y frutas diversas, que con sus sabores y aromas plena el ambiente de muchedumbre con sus voceríos, gritos, mulas liberadas de cargas y mugir de vacas, que se niegan a subir las piraguas prestas a dar la bienvenida a tiempos de esperanzas de un futuro por venir.
Segura en el puerto “La Virgencita”, Don Emiro Barboza, el capitán, el hombre vestido de ruana roja y verde con sombrero terciado, baja la rampa de madera y deja la huella firme de sus botas de cuero en la húmeda arcilla del puerto, ya seguro añora su Cañada de Urdaneta, estado Zulia, anhela su amor e inspiración de vida Doña María Dolores Boscán Bohorques, que tanto costó pedirla como esposa a Don Emiliano Boscán “El Ratón” y Doña Carlota Bohorques de Boscán, ya que por amor, hasta movía las nubes del azulado cielo con el viento que expelían sus agigantados pulmones y corazón enamorado.
Mira el cielo y en el concierto de luces abrillantadas pareciera ver a su “Chinita”, su virgen que le ha traído a puerto seguro y agradecido piensa en sus hijos Adelzo, Trinidad, Sara, Cesar, Cira, Rebeca, Emiro José, Simona, Vitelio y Josefina. Su gran prole por la cual el sacrificio era entrega de padre, eslabones devenidos de un amor que se magnifica en su pensamiento.
Emiro, enrumba su caminar por el pueblo de Santa Bárbara, sus casas de madera y palma, sus calles embarradas por el reciente vendaval y aún con los músculos tensos de su recién terminada travesía, premonición de buscar un cambio a la ruta de vida que trasiega sobre las aguas del lago. Así, cada paso sobre la tierra húmeda que el sol
comienza a resecar, entre el pasar de hombres y mujeres sudorosos que hacen brillar sus pieles grasosas y sus olores de trabajo que guían pasos de mulas y caballos, Emiro descubre al final de la calle enfilada al inmenso escenario de una llanura entre selva y arrabales, y sobre estos, el tejido de nubes de la alta montaña de los Andes merideños.
En esa dirección, la perspectiva de rieles ferrocarrileros se hace infinita hacia El Vigía, dejando ver el hilo tenue de humo de la chimenea del tren que penetra la selva y va surcando el escenario natural de la planicie sur lacustre. Fluye en Emiro ideas sobrevenidas de la tormenta que casi le roba la vida, siente la premonición y el llamado a la conquista de los territorios agrestes y salvajes.
Es la estación de Santa Bárbara, fiel testigo de una decisión que cambiara el destino de la Familia Barboza Boscán, siendo el timonero Don Emiro, el capitán de la piragua “La Virgencita”, uno de los
conquistadores que a finales del siglo XIX, con luces del siglo XX, decide enfrentar con arrojo y valentía, poseer de amor, trabajo y desarrollo, la inhóspita y selvática llanura aluvional.
Asentados los Barboza Boscán en el Kilómetro 15, cercano a la traza de la ruta del tren, consolidan la finca “La Chiquinquirá” con casa de tablas levantada de pilotes, corredor y paredes de dura madera aserrada de laras y techumbre de zinc, vecina de otra de bahareque y palma de culata. Emiro con su fuerza e ímpetu conquistador de territorio es doblegado por el asma devenida de los contrastes climáticos de intensas lluvias, sol y alta humedad. Aún así, con obreros guajiros y colombianos los salvadores del desarrollo y de la labor agropecuaria, logrará hacer espacio a la selva con cada brazada donde el machete y el fuego forjan potreros vestidos de verdosos pastos y blanquecino ganado cebú. Cada día es un avance a la oscuridad de la selva, y la finca lega a ser hacienda y la hacienda en futuro de desarrollo y prosperidad. Pobre de los incautos y envidiosos que al pasar por las estepas productivas generadoras de riqueza, donde el pasto deja ver los puntos blancos del ganado pastoreando, no reconocen la fragua del sudor, el sacrificio y la valentía de miles de hombres y mujeres que han fructificado en tierra fértil, los dones y la oportunidad que el Dios les ofreció. Merecido su reconocimiento ante la perturbación que genera el temor a la apropiación indebida.
Las fuerzas minadas por el asma de Don Emiro, hacen que Doña María Dolores asuma el rol de llevar los destinos de “La Chiquinquirá”, y bajo su dominio, cual Doña Bárbara, es la vigilante y protectora de todos sus hijos, algunos ya adolescentes, enamorados desde La Cañada de Urdaneta. Es oportunidad de alianzas, oportunidad de extender ámbitos de acción estratégica devenidas del amor, generándose un entrelazado con los Barboza Boscán, apellidos de nobles familias como los Pérez, González, Morán, Parra, Contreras, Rubio, Rodríguez y Carroz.
Del tejido de amor zuliano bajo el manto de La Chinita, surge entre muchos nietos de Don Emiro y Doña María Dolores, Doña Carmen Pérez Barboza, quien plena de sur del lago, esculpe las montañas
andinas en el año 1945 para sobrellevar el paludismo contraído y dejar que el valle del río Chama, en la Mérida de otrora techos rojos, y eternamente culta y universitaria, la recibiera junto a su fe plena en la Virgen de la Chinita. Devota como toda la familia zuliana, su tío José Trinidad, mentor de profesionales de la familia, hacen de cada 18 de noviembre un día de plegarias y agradecimiento por los dones recibidos de una virgen fusionada en sus espíritus cristianos zulianos extendido por los cielos del mundo.
Son las calles del sector El Sagrario en El Espejo y el centro de la ciudad emeritense, espacio para que el “flechazo de Cupido” hiciera la fusión por matrimonio en el año de 1952 de dos almas, Doña Carmen y Don Melecio Rojas Torres. Amor cautivado de las alturas de Aricagua en los Pueblos del Sur por el amor luminoso del sur del lago; amor redimido, fiel y bendecido que dio respuesta al “ver qué van a hacer” que duró 57 años de felicidad bajo los designios de los maduros horneados y amarillos sabor a tierra fértil; amor que dio frutos en Nilda Cristina, Luz Marina y José Rafael. Amor que entrega sus días y noches en el “Supermercado Rojas” entre la 2 y la 3 de la ciudad de Mérida, y la responsabilidad asumida en “La Chiquinquirá”, donde José Rafael, casado con Beatriz Gil, lleva la responsabilidad heredada de historia y ejemplo de familia que espera ser recaída en Ricardo José, tataranieto de Emiro, el piragüero, el visionario que creyó en la tierra fértil y grande del sur del lago, que de tanto creer, dejo su alma y cuerpo sembrado en su suelo arenoso y húmedo.
Ahí, bajo la luz del Relámpago del Catatumbo, Doña Carmen en su piel histórica zuliana, la de la familia Barboza Boscán, en representación de todas las familias zulianas, es testigo de los días duros bajo el intenso sol, las noches alumbradas de esperanza que a cada amanecer dieron el fruto bendecido por La Chinita, su Chinita, nuestra Chinita, como lo decía Emiro:
– ¡Chinita! ¡Chinita mía!…
Bendecida seas por siempre, entre la gaita marabina y el espíritu emprendedor de tu majestuoso pueblo zuliano.
Fuente: Trazos y Retazos de El Vigia. Jesús de Luzam. Junio de 2023










